En ocasiones, cuando tomo una de aquellas caminatas ociosas, o bien, una caminata de “ya voy muy pinche tarde” me doy cuenta de la poca atención que pongo en mi entorno y tanto que se puede describir en tan solo una cuadra de camino…
Son las 8:55 de la mañana, apenas tengo 5 minutos para estar puntualmente en la oficina, sin embrago aún estoy en casa haciendo una última revisión de las pocas cosas con las que tengo que salir: ¿Llevo las llaves? ¿Llevo los cigarros? ¿Suficientes encendedores? (estos tiendo a irlos perdiendo a lo largo del día) y doy vueltas y vueltas por mi habitación cual perro en lancha cada vez más desesperado al momento en que veo pasar los minutos, 8:57 de la mañana y finalmente salgo del departamento, a pocos metros de la puerta entreabierta del edificio, en la calle, el brillo del día que no alcanza a percibirse desde mi habitación me despierta un poco más, pero no del todo.
Por las escaleras, una vecina baja a toda velocidad con sus hijos para llevarlos a la escuela, imagino que tuvo la misma dinámica, o la menos muy similar a la que describí, pero sumada a que no sólo tenía que preocuparse por lo que ella fuera a necesitar, también debe preocuparse por todo lo de sus pequeñas criaturitas. Baja a toda velocidad y sus hijos son como la estela que va dejando a su paso, siguiéndola al mismo paso pero con mayor esfuerzo debido a sus cortas zancadas y a su vez, a estos les siguen sus mochilas de la misma manera, como una estela.
Una vez que he llegado a la calle continúo con mi rutina del día a día, meto la mano a uno de los bolsillos internos o laterales del saco o chamarra que esté utilizando en ese momento y saco la cajetilla metálica de Camel Rock para extraer un Marlboro, el primer cigarro del día, más por hábito que por gusto -he procurado disminuir ese hábito, incluso he logrado pasar mañanas completas, llegar hasta la tarde sin fumar, pero ese será tema de otro post, por el momento quedaré en la rutina común en la que sí fumo el cigarro camino al metro-. Paso por un puesto callejero de jugos y licuados que en ese momento carece de compradores, seguramente si saliera más temprano de casa vería a oficinistas, médicos, internistas, estudiantes, obreros, etcétera en ese pequeño lugar de dudosa higiene tomando “antigripales” o licuados de chocomilk.
Continúo con mi camino y al detenerme en la esquina del puesto de revistas, un vistazo hacia los encabezados de los distintos diarios, ya sea de interés general o bien, un encabezado sensacionalista de algún acribillamiento en la colonia Buenos Aires, un crimen pasional en la colonia Guerrero o una pelea fuera de una cantina; no es que me guste leer sobre esos sucesos, ni que disfrute ver las fotografías con sesos desparramados, o un sujeto arrestado pero posando intimidantemente sosteniendo un cuchillo o una pistola pero con policías detrás de él y con cara de “ya me chingaron”. No es eso, sin embargo, los encabezados por ocasiones tienden a ser tan jocosos que he de admitir en más de tres ocasiones me han hecho sonreír –también escribiré en otra ocasión al respecto de los encabezados sensacionalistas-. En este puesto veo al encargado sentado, cubriéndose del frío, con un suéter solamente atento de todo, a los peatones que se detienen para ver las revistas, algunos se detienen específicamente a mirar la portada de Playboy o de la revista H Extremo. Alguna puberta que se detiene frente a la revista Corazón de Vampiro con una fotografía de Robert Pattinson caracterizado como Edward Cullen. Un obrero que se detiene frente a un diario deportivo…
Al otro lado, un Seven–Eleven, cada día hay alguien comprando un vaso de café, por lo general es vainilla francesa, tal pareciera que es el único café que venden ahí, incluso, creo que la franquicia podría desechar todos los demás sabores, incluso el café americano y subsistir con la pura venta de vainilla francesa. Particularmente yo prefiero el café americano, negro y amargo, sin pizca de azúcar, sin gota de crema. A un lado de la máquina de café, una pequeña vitrina con pan dulce, donas, muffins, bizcochos, todos ellos, tan ignorados, o al menos yo no he visto en que momento los compran.
Abruptamente corto este pequeño relato de una cuadra de camino, aún necesito releerlo, necesito organizar ideas, necesito poner más atención a mi entorno, a la gente, necesito ejercitar mi imaginación, trabajar en la capacidad de describir la media hora antes y después de una persona con tan sólo verlos cinco segundo, con observar su caminar, sus gestos, aquellas pequeñas señales que van dando a su paso. Necesito salir más temprano de casa, seguramente veré mucho más…
Como de costumbre, si algo quieres comentar al respecto, el buzón de quejas, sugerencias y mentadas, está aquí abajito, verdad de Dios que sí las voy a leer y responder.
Son las 8:55 de la mañana, apenas tengo 5 minutos para estar puntualmente en la oficina, sin embrago aún estoy en casa haciendo una última revisión de las pocas cosas con las que tengo que salir: ¿Llevo las llaves? ¿Llevo los cigarros? ¿Suficientes encendedores? (estos tiendo a irlos perdiendo a lo largo del día) y doy vueltas y vueltas por mi habitación cual perro en lancha cada vez más desesperado al momento en que veo pasar los minutos, 8:57 de la mañana y finalmente salgo del departamento, a pocos metros de la puerta entreabierta del edificio, en la calle, el brillo del día que no alcanza a percibirse desde mi habitación me despierta un poco más, pero no del todo.
Por las escaleras, una vecina baja a toda velocidad con sus hijos para llevarlos a la escuela, imagino que tuvo la misma dinámica, o la menos muy similar a la que describí, pero sumada a que no sólo tenía que preocuparse por lo que ella fuera a necesitar, también debe preocuparse por todo lo de sus pequeñas criaturitas. Baja a toda velocidad y sus hijos son como la estela que va dejando a su paso, siguiéndola al mismo paso pero con mayor esfuerzo debido a sus cortas zancadas y a su vez, a estos les siguen sus mochilas de la misma manera, como una estela.
Una vez que he llegado a la calle continúo con mi rutina del día a día, meto la mano a uno de los bolsillos internos o laterales del saco o chamarra que esté utilizando en ese momento y saco la cajetilla metálica de Camel Rock para extraer un Marlboro, el primer cigarro del día, más por hábito que por gusto -he procurado disminuir ese hábito, incluso he logrado pasar mañanas completas, llegar hasta la tarde sin fumar, pero ese será tema de otro post, por el momento quedaré en la rutina común en la que sí fumo el cigarro camino al metro-. Paso por un puesto callejero de jugos y licuados que en ese momento carece de compradores, seguramente si saliera más temprano de casa vería a oficinistas, médicos, internistas, estudiantes, obreros, etcétera en ese pequeño lugar de dudosa higiene tomando “antigripales” o licuados de chocomilk.
Continúo con mi camino y al detenerme en la esquina del puesto de revistas, un vistazo hacia los encabezados de los distintos diarios, ya sea de interés general o bien, un encabezado sensacionalista de algún acribillamiento en la colonia Buenos Aires, un crimen pasional en la colonia Guerrero o una pelea fuera de una cantina; no es que me guste leer sobre esos sucesos, ni que disfrute ver las fotografías con sesos desparramados, o un sujeto arrestado pero posando intimidantemente sosteniendo un cuchillo o una pistola pero con policías detrás de él y con cara de “ya me chingaron”. No es eso, sin embargo, los encabezados por ocasiones tienden a ser tan jocosos que he de admitir en más de tres ocasiones me han hecho sonreír –también escribiré en otra ocasión al respecto de los encabezados sensacionalistas-. En este puesto veo al encargado sentado, cubriéndose del frío, con un suéter solamente atento de todo, a los peatones que se detienen para ver las revistas, algunos se detienen específicamente a mirar la portada de Playboy o de la revista H Extremo. Alguna puberta que se detiene frente a la revista Corazón de Vampiro con una fotografía de Robert Pattinson caracterizado como Edward Cullen. Un obrero que se detiene frente a un diario deportivo…
Al otro lado, un Seven–Eleven, cada día hay alguien comprando un vaso de café, por lo general es vainilla francesa, tal pareciera que es el único café que venden ahí, incluso, creo que la franquicia podría desechar todos los demás sabores, incluso el café americano y subsistir con la pura venta de vainilla francesa. Particularmente yo prefiero el café americano, negro y amargo, sin pizca de azúcar, sin gota de crema. A un lado de la máquina de café, una pequeña vitrina con pan dulce, donas, muffins, bizcochos, todos ellos, tan ignorados, o al menos yo no he visto en que momento los compran.
Abruptamente corto este pequeño relato de una cuadra de camino, aún necesito releerlo, necesito organizar ideas, necesito poner más atención a mi entorno, a la gente, necesito ejercitar mi imaginación, trabajar en la capacidad de describir la media hora antes y después de una persona con tan sólo verlos cinco segundo, con observar su caminar, sus gestos, aquellas pequeñas señales que van dando a su paso. Necesito salir más temprano de casa, seguramente veré mucho más…
Como de costumbre, si algo quieres comentar al respecto, el buzón de quejas, sugerencias y mentadas, está aquí abajito, verdad de Dios que sí las voy a leer y responder.
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